
En los últimos días algunas personas me han dicho que no vale la pena casarse o incluso tener hijos. Que son muchos problemas, que es muy caro, que el amor no alcanza para pagar la renta ni para lidiar con el cansancio del día a día. Lo cierto es que cada persona carga con un pesar distinto cuando se trata del amor.
Hay personas casadas que viven con una tristeza que no saben cómo nombrar, que sonríen en las fotos pero ya no se tocan, que comparten la cama pero no la vida. Y también hay personas solteras, enamoradas, esperando una respuesta, dándolo todo por alguien que a veces ni siquiera nota el esfuerzo.
El amor tiene eso: es uno de los sentimientos más bonitos, pero también uno de los más complejos. Nos atraviesa, nos confronta, nos transforma. Es una especie de hogar que puede ser refugio o puede ser tormenta. Es abrazo, pero también espera. Es compañía, pero también silencio. Y aunque en estos tiempos parezca que amar es una batalla perdida, algo dentro de nosotros sigue creyendo. Seguimos apostando, seguimos soñando con que alguien llegue a nuestras vidas a quedarse, no a pasar.
No hay fórmula. El amor no se aprende en teoría, se vive. Se tropieza. Se rompe y se reconstruye. Hay quienes aman en voz baja y quienes lo gritan en redes sociales. Hay amores fugaces y otros que duran tanto que uno se acostumbra a vivir dentro de ellos. Y todos, absolutamente todos, nos enseñan algo.
Entonces, ¿vale la pena amar, casarse, formar una familia, entregarse a alguien? La respuesta, aunque distinta para cada quien, está en lo que uno quiere vivir y en lo que está dispuesto a cuidar. Porque el amor no es solo emoción, también es decisión. No basta con sentirlo, hay que sostenerlo. Y ahí es donde muchos tropiezan.
Pero aun así, con todo y los tropiezos, los miedos, las decepciones, el amor sigue siendo de las pocas cosas que hacen que esta vida valga realmente la pena. Aunque duela. Aunque a veces se vaya. Aunque no siempre sea correspondido. Porque cuando es real, aunque dure poco, lo cambia todo.
Y sí, a veces cuesta, pero lo que se construye desde el amor, aunque sea frágil, es lo más humano que tenemos.